Cuando Sarah adoptó a Max, un adorable golden retriever, sintió una conexión instantánea que la hizo feliz.
Lo invitó a dormir en su habitación la primera noche que pasaron juntos. Pero al oscurecer, no tenía ni idea de qué pasaría.
Puso una cómoda cama para perros a su lado, esperando que estuviera cómodo.
Al acercarse la hora de dormir, Sarah notó que Max rondaba cerca de su cama en lugar de la suya.
No pudo resistirse a su encanto y lo invitó a dormir con ella.
Alrededor de la medianoche, Max se incorporó de repente, con las orejas erguidas y la mirada fija en la puerta del dormitorio. Un gruñido sordo salió de lo más profundo de su ser.
Sarah se despertó sobresaltada al notar lo tenso que estaba.
Justo cuando estaba a punto de volver a dormirse, oyó crujidos, como pasos en el pasillo. Su respiración se aceleró.
Estaba segura de que dormir era imposible y se sentía cada vez más ansiosa. Justo cuando empezaba a relajarse, Sarah oyó voces bajas y difíciles de oír en la habitación. Se puso de pie de un salto, con el corazón latiendo más rápido.
De repente, sintió un ligero toque en el brazo, como si alguien la hubiera tocado con suavidad. Jadeó y encendió la lámpara de noche, inundando la habitación de luz.
No había nadie. Max ladró con fuerza, rompiendo el silencio.
Sarah comenzó su investigación visitando la biblioteca local y revisando los registros públicos de su propiedad.
Los vecinos habían susurrado sobre sucesos extraños.