En un día libre, una leona apareció en la carretera; estaba llorando. Los turistas se apresuraron a capturar el momento, pero el depredador, sin prestarles atención, se dirigió con determinación hacia un hombre.
Al acercarse, los lugareños comenzaron a exclamar en un inglés mal hablado: “¡No, no!”, sin explicar las razones. El hombre, impresionado por el extraño comportamiento de la leona, no pudo resistirse y la siguió a la espesura. Pronto se escuchó su grito…
El encanto del momento desapareció rápidamente: los flashes de las cámaras llenaron el aire por todas partes, y alguien susurró, mientras otros abrazaban a sus compañeros con más fuerza, tratando de ver qué sucedía. Pero la leona no apartó la vista de esa misma turista.
A pesar del ruido y el bullicio, el hombre la siguió con confianza a la espesura salvaje. De repente, su grito atravesó el aire, haciéndome sentir escalofríos y piel de gallina. Algunos turistas corrieron hacia el autobús presas del pánico, gritando al borde de la histeria: “¡Ayuda!” – “¡Tenemos que hacer algo!”
Mientras los demás discutían si esperar o seguir, decidí acercarme al lugar donde el hombre había desaparecido en la selva.
Y entonces me quedé paralizado. O era una llamada de auxilio, o solo un eco… Sin embargo, la voz era la de una persona. Escuché.
Esperaba captar cada sonido, soñando con encontrar al que perdimos en el bosque… o a la leona, por culpa de la cual comenzó toda esta pesadilla.
Llegué a un claro, donde el sol me calentaba suavemente la piel, a pesar de la tensión general del momento.
Y allí estaba: un hombre, sentado tranquilamente junto a la misma leona, que ahora parecía mucho más tranquila.
Movía la cola nerviosamente, y su mirada denotaba ansiedad.
“Intenta decir algo”, murmuró James, tocándose la barbilla. Necesita ayuda.
Seguimos a la leona con cuidado, trepando raíces y escondiéndonos bajo las ramas. Era como si conociera la ruta; sus movimientos denotaban una necesidad desesperada de guiarnos a alguna parte.
Como una flecha, cruzó el arroyo sin dejar rastro.
“Bueno, ahora nos toca”, sonrió James, acercándose a la orilla.
La leona aceleró el paso, y esto nos fue transmitido: ya no dudábamos de seguirla.
Un árbol caído cercano formaba un refugio improvisado; su enorme tronco y sus ramas enredadas creaban algo parecido a una choza.
La leona se detuvo allí mismo. Su comportamiento lo dejaba claro: este lugar era importante.
Los rayos del sol se reflejaban en el resplandor metálico, entre las cuerdas enredadas…
Lo que vimos nos dejó helados.
La leona nos condujo al lugar donde sus cachorros se retorcían indefensos, atrapados en las trampas de los cazadores furtivos.
Cada nudo liberado era una pequeña victoria. Con cada cachorro salvado, la madre parecía más tranquila, como Si respirar se hiciera más fácil.
Y entonces, se desató el último nudo, y los cachorros corrieron hacia su madre con gritos de alegría.
—¡Miren, están bien!
—Lo logramos —James apenas podía contener la emoción.
Vimos cómo la familia se reunía, y esta escena de amor se convirtió en un verdadero bálsamo para nuestros corazones.
La leona nos miró con tanta gratitud que nos conmovió profundamente.
Se acercó a sus cachorros y se apretó contra ellos con cuidado, como si les mostrara su gratitud con cada célula de su cuerpo.