La gasolinera bullía con el ruido habitual: motores pesados, conversaciones y olor a gasolina. Pero pronto la atención de todos se centró en dos tipos con chaquetas de cuero. Rodearon el camión con burla y bromearon a gritos contra el conductor.
“Oye, ¿quizás deberías cambiar tu camión por una cinta de correr?”, gritó uno de ellos, provocando la risa de su compañero.
La multitud que los rodeaba no se unió a las burlas. La gente permaneció en silencio, con los brazos cruzados, observando lo que sucedía. El camionero no respondió ni mostró enojo ni vergüenza. Su calma solo reforzó la sensación de que la situación se desarrollaba según un escenario diferente, inaccesible para los burladores.
“¿Qué es tan gracioso?”, espetó uno de los motociclistas, al notar que la multitud no los miraba con aprobación.