Gabriel era un fotógrafo de vida silvestre dedicado que siempre quiso viajar por el mundo.
Su pasión por la fotografía de vida silvestre no se limitaba a tomar fotos, sino a conectar con animales salvajes y capturar su belleza para que otros la disfrutaran.
Pero había un lugar en el que nunca había estado: Bali.
Pero había un problema: su nueva cachorrita, Coco. No había nadie que la cuidara.
Así que Gabriel tomó una gran decisión: se llevaría a Coco con él.
Bali estaba finalmente a su alcance. Cuando su avión aterrizó, el aire tropical se sintió como un viejo amigo.
Con su cámara en una mano y la correa de Coco en la otra, se sentía emocionado por lo que creía que sería un día tranquilo de descubrimiento.
Pero algo inesperado sucedió.
Bajo el ardiente sol del mediodía, Gabriel y Coco se acercaron a las antiguas puertas del templo.
Los monos corrían y saltaban de árbol en árbol, moviéndose de forma desordenada pero hermosa. Era divertido y difícil de creer. Con su cámara lista, Gabriel se detuvo a fotografiar a los monos. Mientras tanto, Coco deambulaba por la zona, explorándola.
Pero entonces, ocurrió algo que jamás imaginó. Mientras seguía caminando, se dio cuenta de que Coco se había ido. Se le encogió el corazón. No había estado observando a Coco, y ahora se había ido.
Intentó no preocuparse, pero no sabía qué hacer. Entonces, como respondiendo a su silenciosa súplica, apareció un mono, agarrando algo con fuerza entre sus diminutas manos.
La imagen de Coco, su preciado cachorro, retorciéndose indefenso en las manos del mono, impactó a Gabriel como un rayo caído del cielo.
El mono que se había llevado a Coco, el cachorro de Gabriel, corrió rápida y deliberadamente hacia la espesa selva. Gabriel, que quería rescatar a su cachorro, corrió tras la criatura a través de la espesa vegetación.
Entonces, encontró una pequeña y modesta construcción en la maleza.
Pero lo que sucedió después le heló la sangre. Uno a uno, aparecieron más monos de la selva. Cada uno llevaba algo: un teléfono, una cartera, gafas de sol, pequeños objetos que les resultaban extrañamente familiares.
Todos se dirigían al mismo lugar, y cada animal aferraba con fuerza su premio mientras desaparecía en la oscura puerta del edificio.
Parecía que solo estaban jugando, pero en realidad formaban parte de una cruel trampa. A cambio de su “trabajo”, los monos recibían comida.
Algunos hombres empezaron a emerger de las sombras. Llevaban el rostro cubierto de harapos y bufandas, y se movían con rapidez y agilidad.
Al llegar a la comisaría más cercana, Gabriel irrumpió por las puertas, sin aliento y con los ojos muy abiertos.
Todos guardaron silencio mientras él describía cómo habían engañado a los turistas y lo grave que era la situación. Los agentes estaban menos seguros de lo que estaba sucediendo.
Un equipo de agentes, ahora vestidos de turistas para mimetizarse con la multitud, fue enviado rápida y decididamente al templo y a la selva circundante. La investigación comenzó en serio.
Los agentes registraron la zona, revisando el claro y la selva en busca de pruebas, y hablaron con testigos. Su arduo trabajo confirmó rápidamente lo que Gabriel había dicho. Encontraron evidencia de la participación de un grupo de delincuentes, lo que preocupó a los oficiales. Al adentrarse en la selva, descubrieron una pequeña jaula donde se encontraba Coco.
Las autoridades lo elogiaron por su vigilancia y por ayudar a descubrir y desmantelar la operación criminal. Sus acciones demostraron que es fundamental mantenerse alerta y cauteloso incluso en lugares que parecen seguros y tranquilos.