Después del funeral, cuando los últimos invitados ya se habían marchado, solo quedaban familiares en la casa.
El testamento del padre no dejaba lugar a disputas: el hijo mayor, Sam, se quedaba con la casa y el jeep; el mediano, Brian, con el barco y una buena parte de los ahorros. Y Claire, con el viejo granero.
Antaño era la “niña de papá”, la favorita de la familia. Pero durante los últimos catorce meses, su vida se redujo a cuidar de su padre enfermo: elegir los medicamentos, levantarse por la noche, ayudar cuando la confundía con su madre. Sus hermanos rara vez venían, y ahora bromeaban sobre su “herencia”.
—Bueno, el granero también es algo —dijo Brian con una sonrisa—. Polvo, nidos de ratones y todo lo que alguna vez escondió allí.
Sam añadió:
—¿Recuerdas que dijo que tienes una conexión especial con este lugar?
A la mañana siguiente, Claire fue al granero. Hacía tiempo que habían quitado la cerradura de la puerta. Dentro, el sol se filtraba a través de las grietas, las capas de polvo, los fardos de heno y las herramientas viejas. Empezó a ordenar, recorriendo cada rincón.
Al llegar al último montón, notó algo extraño. Bajo el heno había una trampilla de madera con una anilla de hierro. Decidió abrirla al día siguiente.
Con una linterna y una palanca, levantó la tapa crujiente, revelando un descenso a un sótano profundo. Unos escalones conducían a una habitación fresca, más grande que el propio granero. Entre los trastos, encontró una polvorienta botella de vino de 1993 con una nota: «Para un día especial».
La botella se rompió y salió rodando una pequeña llave de latón con las iniciales C.M. Era la primera de las tres llaves que tenía que encontrar en viejos sacos y cajas. La segunda era de plata, la tercera era diminuta, con una cinta roja.
Las tres encajaban en las cerraduras de una vieja caja fuerte escondida detrás del armario. Dentro había un sobre con sello de lacre, dinero, monedas de oro, joyas, documentos y una bolsita de terciopelo con algo que tintineaba.
En la carta, su padre escribió:
“Cariño, si estás leyendo esto, significa que no te rendiste. Te dejé el granero no porque fuera inútil, sino porque sabía que encontrarías más. Todo lo que hay aquí es tuyo. Porque te quedaste a mi lado. Siempre fuiste mi niña valiente y curiosa”.
Claire apretó la carta contra su corazón. No les contó a sus hermanos sobre el hallazgo. Unas semanas después, cuando se calmó la situación, vendió algunos de los objetos de valor y donó el dinero a granjas locales, organizaciones benéficas y a una familia que había perdido su hogar. Guardó lo suficiente para un pequeño huerto detrás del granero.
Los hermanos nunca supieron la verdad. Pero ella sí: cada uno conseguía lo que quería.