En una concurrida estación de tren, se observó a un pequeño cachorro sentado sobre las vías, moviendo la cola sin parar. La gente estaba preocupada: el perro no se iba, sino que parecía estar vigilando a alguien o algo. Los pasajeros llamaron a la policía porque el animal podría haber sido atropellado por un tren.
Cuando llegaron los agentes, se quedaron atónitos: el cachorro se negaba a salir de las vías. Lo sacaron de las vías, pero intentó volver. Todos se preguntaban: ¿por qué?
El empleado de la estación decidió detener los trenes y averiguar el motivo de este comportamiento. Se advirtió a dos conductores que no entraran al andén hasta que la policía terminara la investigación.
Resultó que otro cachorro había caído en el hueco entre las traviesas y las piedras. Estaba exhausto, empapado por la lluvia matutina, y gemía en silencio de dolor y hambre. El rescate duró varios minutos, y pronto lo recuperaron, lo colocaron en una red y luego en un transportín. El animal se resistió obstinadamente, arañando la jaula e intentando escapar. Todos interpretaron esto no solo como miedo, sino como una súplica desesperada de libertad.
La policía ofreció llevar al cachorro a un refugio, pero una de las mujeres de la estación, Lily, decidió quedárselo. En casa, alimentó al expósito, y este se acostumbró rápidamente a ella. Sin embargo, Lily comprendió: el perro tenía una razón para volver a las vías.
Esa noche, regresó a la estación. En cuanto abrió la jaula, el cachorro corrió hacia las vías y empezó a olfatear algo. Pronto, empezó a ladrar y se sentó cerca de un lugar. Lily se acercó y vio a un pequeño gatito, al que había estado intentando proteger todo el tiempo.
El gatito estaba débil, hambriento y tenía una pata rota. Con manos temblorosas, Lily lo llevó al veterinario. Allí, confirmaron que el bebé necesitaba ayuda urgente. Tras varios días de deliberación, Lily decidió quedarse con el cachorro y el gatito. Y así se convirtieron en una familia. El destino los unió y ahora los tres viven felices para siempre.